miércoles, 15 de mayo de 2019

San Isidro labrador

Yo soy la vid vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada.
¡Qué alegría poder celebrar esta entrañable fiesta de San Isidor labrador con muchos con los que de una u otra manera estáis relacionados con el mundo del campo, de la labranza, de la agricultura! Feliz día a todos!
Hoy es un día grande en el que hemos comenzado con la procesión de San Isidro por las calles de nuestro pueblo [bendiciendo los campos] esperando del santo labrador que con su intercesión nuestros campos produzcan fruto abundante, el fruto de la tierra y del trabajo del hombre.
Al mirar a San Isidro labrador contemplamos la acción de Dios en un hombre como cualquiera de nosotros; esa es la auténtica grandeza de los santos, por encima de todas su proezas humanas.
San Isidro nos muestra la grandeza de dejarse labrar por Dios en su día a día, su amor a Jesucristo le llevaba a atender con cariño y generosidad a todos los que acudían a su casa: nadie se iba de vacío.

Su trabajo fue para él medio de santificación en la vida ordinaria, como dirá otro santo español muchos años después, supo hacer endecasílabos de la vida ordinaria, impulsado por la gracia del Espíritu que produjo en el tanto fruto.
Pese a los siglos transcurridos desde su vida en la tierra, San Isidro sigue siendo para nosotros un santo actual, capaz de inspirar nuestro trabajo bien realizado, su piedad cristiana que le llevaba a rezar cada día para poner la jornada en manos de Dios por la mañana y a recoger los frutos espirituales por la noche, no dejó nunca de ir a Misa pese a la dureza del trabajo en el siglo XII siempre como jornalero para otros señores, principalmente en la zona de Madrid.

¿Acaso podemos caer en la trampa de pensar que Jesucristo ya no tiene poder en el siglo XXI para hacer de nosotros los santos de nuestro tiempo?
Hoy, Jesucristo y su Evangelio, su Buena Noticia parece que ha perdido fuerza entre nosotros, hemos sido bombardeados por ideas pseudocientíficas que nos han hecho pensar que Jesucristo tiene ya poco que decir al hombre y a la mujer de hoy. 
Y no es así.
El Evangelio conserva toda su fuerza, con tal de que queramos escucharle y dejarnos orientar por él; Jesucristo sigue siendo hoy el Señor, la Palabra definitiva de Dios al mundo, el único capaz de guiar nuestra vida con seguridad, con fuerza, el único capaz de que demos un fruto que perdure, más aún, que nos acerque a la vida eterna, con la fuerza suficiente para vencer las cadenas de la muerte y del mal en nuestra vida, por pesadas y recias que sean.
San Isidro fue un enamorado de Jesucristo, se dejó tocar por Él en lo más profundo de su ser: como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Tú y yo, ¿cómo hacemos para permanecer unidos a Jesucristo cada día, cómo nos hacemos suyos, carne de su carne y sangre de su sangre?
Contamos con el evangelio, Palabra que da vida, ¿la leemos con frecuencia en nuestras casas?
Contamos con la Confesión sacramental que arranca de nosotros la cizaña capaz de acabar con la mejor cosecha, ¿cada cuánto nos confesamos?, ya sabéis que hay que hacerlo como católicos, al menos, una vez al año por Pascua florida, y, mejor, más veces.
Contamos con la Eucaristía, alimento para nuestro alma, la misma vid que nos nutre con su Cuerpo y con su Sangre haciéndonos suyos, ¿participamos, —al menos—, cada domingo de este alimento tan poderoso?

Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca, estas palabras de Santiago en la primera lectura nos invitan a ser hoy nosotros los santos de nuestro siglo como San Isidor lo fue en el suyo, con paciencia y fortaleza, sin dejarnos vencer por la tentación que continuamente pretende alejarnos de Jesucristo.

Que San Isidro labrador nos estimule a vivir con gozo y alegría nuestra fe, de modo que permanezcamos toda nuestra vida unidos a Cristo Resucitado.

San Isidro labrador, ruega por nosotros.

Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.