Con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén comenzamos la semana más importante del año; acompañamos a Jesús en ese camino sorprendente e imparable que comienza, aclamado por todo el pueblo, montado sobre una borriquilla, y terminará con su gloriosa resurrección de entre los muertos; no sin antes dejarnos los más grandes regalos de nuestra vida: la Eucaristía, el Sacerdocio, el Mandamiento Nuevo del Amor, pasando por el trance duro de la Pasión y muerte en la Cruz en el que nos regalará a su Madre como Madre nuestra, y acompañaremos al Señor en sus momentos más duros, Dios quiera que con la fidelidad de la Virgen María y del discípulo amado.
Es sorprendente, ¿verdad?, el cambio que se da en la gente que hoy acompaña a Jesús entre alegría y gozo, aclamándole como al Mesías esperado… y en solo seis días esas mismas voces estarán pidiendo para Él la muerte en cruz, muchos de ellos regresarán después tras la predicación de los Apóstoles y serán capaces de morir por el Resucitado.
Es importante acompañar a Jesús con cariño y dedicación estos días santos; son días importantes para nuestra fe: la fortalecen e incrementan al contemplar, y no solo contemplar, sino participar también nosotros a través de los Sacramentos y de las celebraciones y procesiones del misterio de la vida de Cristo, ese misterio que nos llena de vida y de fuerza para cuando nos toca a nosotros participar de su Cruz y de su muerte a lo largo de nuestra vida.
La lectura de la Pasión ya desde el domingo de Ramos nos introduce en el gran misterio de amor que ha de ser para todos nosotros estos días santos que hemos de procurar vivir con toda la fuerza de nuestro corazón, poniendo estos días no solo interés, sino todo nuestro corazón, todas nuestras fuerzas, toda nuestra alma… porque estamos llamados a seguir los pasos de Cristo con su misma fidelidad y obediencia al Padre.
Los cristianos, a lo largo de nuestra vida, estamos llamados a reproducir la vida de Cristo; sin duda a través de muchas dificultades, adversidades, a través de persecuciones más o menos visibles participamos de la pasión de Nuestro Señor que como decía San Pablo en la segunda lectura se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Con Jesús descubrimos que la Cruz toma un sentido fuerte en nuestra vida, que el sufrimiento, el dolor, la enfermedad tienen fuerza redentora para nosotros y para todos aquellos con los que vivimos, que podemos unir nuestros sufrimientos a los de Jesús para redención y salvación del mundo.
No obstante, la lectura de la Pasión nos sitúa también ante bastantes personas en las que nos podemos mirar como en un espejo para descubrir por dónde anda nuestra vida…
Pienso que todos podemos encontrar en nosotros traidores como Judas, amigos que quieren estar para todo pero se duermen y están ausentes en los momentos importantes, bravucones como los Apóstoles pero que a la hora de la verdad abandonan al Maestro, más de tres veces hemos negado conocer a Jesús en momentos quizás incómodos; nos hemos burlado de la Iglesia, de los sacerdotes, de las personas de Dios, hemos juzgado sin misericordia y temerariamente al prójimo sin conocer todos los datos; hemos mentido, engañado, nos hemos lavado las manos con cobardía en vez de buscar la justicia y el bien; hemos tentado al Señor, le hemos despreciado en la Eucaristía con blasfemias y faltando a la Misa dominical, y un largo etcétera…
Si toda la Cuaresma es un tiempo fuerte e importante de conversión en nuestra vida, los días santos que hoy comenzamos lo han de ser con una mayor intensidad y entrega, hemos de buscar cómo parecernos más a Jesús, cómo imitarle mejor en nuestro trato con los demás y en nuestro trato con Dios, como poder reflejarle mejor en nuestra vida, de modo que cuando los demás nos miren se pregunten por Jesús, quieran conocerle mejor, y así mantendremos encendida la luz del Espíritu Santo que recibimos el día de nuestro Bautismo y a la que nos encamina la vida de Cristo, de modo que podamos llevar la luz y la esperanza de Cristo en un mundo donde la tiniebla del mal y del pecado se apresura por oscurecerlo todo.
Que la Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores, nos ayude a vivir con profundidad estos días para dar abundantes frutos en nuestra vida.
Santa María, Virgen y Madre dolorosa, ruega por nosotros.