Hoy es un día de alegría y gozo, celebramos a la Inmaculada Concepción, nuestra patrona, la Santísima Virgen María.
En Ella comienzan a realizarse las antiguas promesas de nuestra salvación. Ella es la nueva Eva; si de la primera todos hemos nacido heridos en lo más profundo de nuestro ser por el pecado original, de María todos estamos llamados a renacer a la vida nueva que nos trae Jesucristo a través de la Iglesia y del Bautismo en la fe que nos salva.
María es para todos nosotros Madre y Maestra; modelo, ejemplo de cómo ha de ser nuestra vida, de dónde hemos de poner nuestras luchas y batallas para dar gloria a Dios.
Pero María no es solo ejemplo, sino que es abogada e intercesora, Ella nos ayuda a vivir en gracia de Dios, en esa amistad profunda con Dios que sana la herida profunda que el pecado dejó en el ser humano desde la transgresión de nuestros primeros padres.
La Inmaculada Concepción de María nos muestra cuál ha de ser nuestra meta definitiva cuando Cristo lleve a su plenitud en nosotros la obra de la salvación.
María es desde su nacimiento lo que nosotros estamos llamados a ser por la acción de la gracia en nuestra vida, esa gracia divina, esa amistad con Dios que no solo nos sana de nuestras heridas, sino que nos eleva a la altura de Dios haciendo de nosotros auténticos hijos suyos.
Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres.
Hoy, también nosotros, nos alegramos con María al contemplar la misericordia de Dios con los hombres, con todos nosotros.
La santidad Inmaculada de María nos llama a vivir nosotros con esos deseos grandes de alcanzar por la gracia lo que María disfruta desde el comienzo de su vida.
Esos deseos de santidad no se han de quedar estériles, sin fruto, sino que nos han de llevar a vivir la santa pureza en nuestra vida: en nuestros pensamientos, en nuestros deseos, en nuestro corazón, en nuestro trato con los demás.
Esa pureza santa que nos permite vivir muy unidos a su Hijo Jesucristo y que posibilita que un mundo nuevo, renovado por el amor de Dios crezca y florezca a nuestro alrededor.
Hoy Dios, —como en el paraíso—, sale también a nuestro encuentro a través de Jesucristo y de su Iglesia y pregunta por cada uno de nosotros: ¿dónde estás?
Adan y Eva se escondieron de Dios porque el pecado hizo que su desnudez les atormentara y avergonzara.
Hoy nosotros, de la mano de María, estamos llamados a mostrar a Dios nuestra debilidad, nuestro pecado y nuestra fragilidad para que Él realice su obra de redención en nosotros. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante Él por el amor.
La respuesta de María al Ángel fue muy distinta a la de Adan y Eva, esa es la respuesta que también nosotros estamos llamados a dar cada día en nuestra vida: he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra.
Que María Inmaculada nos ayude a vivir siempre en gracia de Dios conservando la pureza en nuestros pensamientos, palabras y obras, recuperándola y acrecentándola siempre por los sacramentos, de modo que un día se vea realizada en nosotros la obra de la redención y seamos dignos de ser contados santos entre los santos del cielo.
Santa María, Virgen y Madre Inmaculada, ruega por nosotros.