¡Qué hermoso es poder celebrar a los santos mártires! Aquellos que como Santa Bárbara por amor a Jesucristo, por amor a la fe y a la Iglesia supieron entregar su vida.
Lo grande de los mártires no es la muerte que sufrieron sino el amor que pusieron en su vida; viven de un amor más grande, de un amor que da sentido a todo lo demás, hasta el punto que la misma muerte se convierte en la medida de su amor. Aman tanto a Dios que son capaces de renunciar a lo más grande que tenemos, el regalo más grande que nos ha dado Dios: la vida.
Santa Bárbara conoció la fe en la cárcel en la que su mismo padre la había encerrado para evitar que se casara demasiado joven y para evitar el anuncio del evangelio.
Durante su encarcelamiento tenía maestros que le enseñaban poesía y filosofía, entre otros temas.
Gracias a ellos encontró la nueva fe, y aprovechando una ausencia de su padre, Bárbara se convirtió al cristianismo y mandó un mensaje a Orígenes, para que fuera a educarla en la fe cristiana.
Después de su bautizo ordenó construir una tercera ventana en su habitación, simbolizando, así, la Santísima Trinidad.
Al llegar su padre ella se declaró cristiana y se opuso al matrimonio que éste le propuso diciendo que elegía a Cristo como esposo.
Su martirio fue terrible: atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos de cerámica cortantes y quemada con hierros candentes.
No renunció a Cristo.
Un amor más grande llenaba su corazón.
Finalmente, su mismo padre, rey Dióscoro, la envió al tribunal, donde el juez dictó la pena capital por decapitación.
Fue su padre quien la decapitó en la cima de una montaña, tras lo cual un rayo lo alcanzó muriendo al instante.
Por amor a Jesucristo y a la fe supo entregar su vida y su juventud para entrar gloriosa en el cielo.
Y nosotros, ¿amamos del mismo modo a Jesucristo? ¿Qué somos capaces de hacer en nuestra vida por amor a la fe?
Hoy, la católica navarra se ve cada vez más descristianizada, no son pocos los que piensan que sin hacer nada en especial nuestra tierra volverá a recuperar sus valores y sus profundas raíces cristianas; sin embargo, al que nada hace nada le sucede.
La fe no es una moda como la ropa en la que, antes o después, todo vuelve de nuevo.
Pensemos en el norte de África. Una de las zonas cristianas más florecientes de la antigüedad de donde surgieron grandes santos de los primeros siglos de la Iglesia. San Agustín, San Cipriano, las santas Perpetua y Felicidad, entre otros muchos escritores y santos que siguen iluminando hoy la fe con sus escritos y ejemplos; y sin embargo, hoy, no queda nada de aquella Iglesia tan prometedora.
Si queremos que la fe arraigue de nuevo en nuestro pueblo, si queremos que los valores cristianos sean los que conformen nuestra cultura como lo han hecho hasta ahora, entonces hemos de ponernos manos a la obra cada uno desde su lugar, en su sitio: en la familia, en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestros vecinos, siendo capaces de pequeñas o grandes renuncias en nuestra vida por amor a Dios, por amor a Jesucristo, a la Iglesia y a la fe.
Nada cambiará si no cambiamos nosotros, si realmente no damos un peso mayor a la fe en nuestra vida con una obediencia más delicada a las enseñanzas de la Iglesia que son las enseñanzas de Cristo actualizadas por el Espíritu Santo a lo largo de los siglos. Si no nos dejamos transformar por los sacramentos vividos con amor y delicadeza.
O dejamos que sea la fe la que conforme nuestra vida, o será nuestra vida la que conforme nuestra fe; o vivimos como pensamos, como creemos, o terminaremos pensado, creyendo como vivimos, perdiendo la fe que nos salva, la fe que nos da la vida, esa vida buena, plena que llena de sentido nuestra vida y nuestro corazón.
Santa Bárbara es para nosotros ejemplo de fidelidad, de obediencia a la fe; supo encontrar en Cristo, muerto y resucitado por nosotros, el amor de su vida, Aquél que daba sentido a todo lo demás, le pedimos que nos ayude a redescubrir en nuestra vida a Jesús a través de la Iglesia que nos lo entrega en los sacramentos y en sus enseñanzas.
Santa María, Virgen y Madre de la Esperanza, ruega por nosotros.
Santa Bárbara, ruega por nosotros.