DOMINGO XXX TO A
Dios es amor.
Esta es la verdad más importante de nuestra vida, de nuestra relación con Dios, de todo lo que nos ocurre, de todo lo que somos.
Dios es amor.
todo lo que nos ocurre lo hemos de leer desde esta premisa, desde esta verdad que ilumina toda nuestra vida, todo lo que somos, más aún, todo lo que hacemos, podemos y tenemos que hacer.
Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Aparte de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, la Ley mosaica contaba con 613 preceptos; era necesario ser un auténtico experto para conocerla, y su cumplimiento era prácticamente imposible. De ahí que la pregunta del doctor de la Ley fuera de una importancia vital: ¿cuál es el mandamiento principal?, es decir, ¿desde dónde tenemos que leer todos los demás mandamientos, qué es lo que les da sentido y nos los hace comprensible?
La respuesta de Jesús es inmediata, no duda, está claro: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. El Segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Como las dos caras de una misma moneda estos dos preceptos resumen la Ley y los profetas, todo lo que tenemos que saber, todo lo que tenemos que cumplir, todo lo que tenemos que vivir está encerrado en estos dos mandamientos, en el amor a Dios y en el amor al prójimo es donde tenemos que gastar toda nuestra vida: todos lo demás mandamientos no son sino expresión concreta de este amor que se nos manda, que se nos ordena.
Podemos dar un paso más y preguntarnos acerca de la legitimidad de esa orden: ¿Dios nos puede mandar amar?, ¿es esto posible?, ¿se puede amar por obligación?
Sólo nos lo puede mandar quien antes nos lo ofrece. No lo olvidemos, el mismo que nos dice: amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo es el que nos ama primero: Dios.
El amor se convierte para nosotros el camino para recuperar esa imagen y semejanza divina en la que fuimos creados y que el pecado, tanto el original como todos nuestros pecados personales se empeñan en oscurecer en nuestra vida y deformar.
Tú y yo hemos sido creados para el amor.
Solo el amor es lo que llena de sentido nuestra vida. Solo amar y ser amados es lo que nos devuelve todo el colorido y el brillo a nuestra vida.
Como cristianos, descubrimos ese amor perfecto, pleno, total, sin condiciones, ese amor alegre, lleno de virtudes humanas y sobrenaturales en Jesucristo, es un amor encarnado, un amor concreto, posible, real.
Jesús nos muestra el camino del auténtico encuentro con Dios a través de un amor como el suyo, un amor que toca el corazón de todos porque como explicitaba la primera lectura del libro del Éxodo: no maltrata ni oprime al emigrante, no explota a viudas ni huérfanos, un amor generoso que no carga con intereses excesivos cuando presta, un amor que sabe cuidar de los demás, estar atento a sus necesidades, un amor que mira por el bien de los demás antes quizás ue por el propio.
Un amor, por tanto, que nos compromete con la justicia social, porque desde Dios, desde Cristo busca un mundo más justo y se compromete con él a conseguirlo.
Un amor que se sabe siempre pequeño, necesitado, débil y que por tanto busca lo que en sí mismo no encuentra a través de Jesucristo en el mismo corazón de ese Dios que se nos manifiesta antes que nada como un amor grande, refugio en los momentos de peligro, lleno de fuerza salvadora, un amor misericordioso, que nos levanta y nos libera de la esclavitud de nuestro pecado.
La vida cristiana consiste en descubrir que ese amor es posible en nuestra vida si nos unimos a Jesucristo a través de los Sacramentos y de la vida de la Iglesia en la oración y en el trato con los demás.
En palabras del gran San Agustín, podemos decir con verdad: Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien.
A María la invocamos como Madre del Amor Hermoso, a Ella nos encomendamos para que nos ayude a buscar en Cristo el amor de nuestra vida, la luz que ilumine nuestras sombras, la alegría en nuestra tristeza, la fortaleza en nuestra debilidad.