domingo, 5 de noviembre de 2017

¿Quieres un encuentro con Dios? Escucha...

Ante Dios, ante Jesucristo, ante la Iglesia, ¿cuál es mi actitud? 
El evangelio de este domingo es claro al respecto: El que se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido. Lo cual nos da idea de la importancia de cómo vamos a Él, de cómo nos acercamos a su Cuerpo que es la Iglesia, pues el Cristo total es la cabeza y el cuerpo, no hay acercamiento posible a Jesús sino es a través de su Cuerpo, a través de la Iglesia que nos hace posible ese encuentro maravilloso con Él. 
Si acudimos como quien ya lo sabe todo, cómo quien no necesita maestros, ni padres porque se vale a sí mismo, entonces nunca tendrá lugar un verdadero encuentro con Dios pues en realidad no le necesita, es autosuficiente. 
Sin embargo, el que se reconoce débil, el que descubre que no tiene en sí mismo todas las fuerzas que necesita para afrontar las dificultades y la misma vida que tantas veces nos desboda, quien descubre su miseria y no niega sus pecados, ese se pone en disposición de encontrarse con Dios, de abrirse a su acción, de recibir una vida nueva, un nuevo impulso, una nueva fuerza que reoriente su vida. 
Los fariseos, —como todos los demás hombres y mujeres—, compartieron muchos ratos con Jesús, le vieron hacer sus milagros, conversaron ampliamente con Él, escucharon sus asombrosas respuestas, esas respuestas que dejaban maravillados a todos los demás y a las que tantas veces no sabían, ni podían, hacer frente, y con todo no supieron descubrir en Él al Mesías esperado, al Salvador del mundo sino que lo identificaron como un comedor u borracho, un endemoniado, un proscrito, un blasfemo digno de morir en la Cruz. 
El mismo Jesús que para algunos fue la Salvación para otros fue todo lo contrario; todo dependiendo de la actitud con la que se acercaban a Él, tal y como estaba su corazón se encontraban o no con el Mesías. 
El que se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido. 
Para que pueda entrar Dios en nuestra vida es necesario antes vaciarnos de nosotros mismos, de todo lo malo que encontramos en nuestro interior, de modo que procuremos quitar todo obstáculo a la acción de Dios en nosotros, para que Él pueda realizar a través De la Iglesia sus maravillosas obras. 

El camino del cristiano es el camino de la humildad, de reconocer un misterio que le supera, que le viene grande y que sin embargo se le concede, se le regala como un don inesperado, que le alegra el corazón de una manera única. 
Con razón San Pablo en la segunda lectura no dejaba de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.
Hoy Jesús, la Palabra de Dios al mundo, se sigue transmitiendo de la misma manera, a través de mensajeros inútiles que predicamos un mensaje que nos queda grande, que nos supera, que no terminamos de vivir bien, con nuestras limitaciones y miserias, y sin embargo, es la Palabra de Dios la que anunciamos, es Cristo el que quiere entablar una relación con los hombres de nuestro siglo.
No hay nada que nos aleje más del Dios verdadero y de su enviado Jesucristo que pretender tener una experiencia personal e íntima sin contar con la Iglesia, sin contar con los mensajeros que Dios nos sigue enviando hoy: el Papa, obispos, sacerdotes, y todos los hombres y mujeres bautizados y confirmados en la fe que nos salva.
Recuerda, el camino del encuentro con Dios es el camino de la humildad, el camino del reconocimiento de nuestra propia debilidad, de nuestra imposibilidad de recorrerlo solos. Abandonemos nuestros pedestales, bajemos a la altura de ese Dios que siendo el creador del universo se ha hecho un Niño por nuestra salvación, se ha hecho Eucaristía para alimentarnos, se ha hecho pobre para enriquecernos, se ha hecho pequeño para pagar una deuda que no debía porque debíamos una deuda que no podíamos pagar.
La Virgen María se reconoce pequeña ante Dios, su esclava, su sierva, Ella nos muestra el camino que todos nosotros hemos de recorrer en nuestra vida para poder ser un día con Ella enaltecidos, subidos al cielo, donde encontraremos la dicha de nuestra vida. 


Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.