domingo, 23 de julio de 2017

¿Trigo o cizaña?


Ante las palabras de Jesús en el Evangelio, bien nos podemos preguntar cada uno en el silencio de nuestro corazón: y yo, ¿qué soy: trigo o cizaña? La respuesta la da el conjunto de nuestra vida, no solo nuestras palabras, sino principalmente nuestras obras.
 San Pablo en la Carta a los Romanos nos dice con gran acierto: no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo, pienso que estas sabias palabras reflejan bien nuestra experiencia: deseamos actuar bien y sin embargo es el mal el que elegimos. 
Y es que esa cizaña de la que habla el Evangelio la encontramos también dentro de nosotros mismos: tú y yo somos tentados continuamente a hacer el mal y, no pocas  veces, por falta de rectitud de intención caemos: rumores, habladurías, que no nos esforzamos por contrastar sino solo en extender.
Es verdad que ni tú ni yo somos totalmente cizaña tampoco somos todo trigo limpio; como se suele decir, estamos entreverados. 
De ahí la importancia de examinar nuestra conciencia y nuestras acciones, nuestras obras, pues son estas  principalmente las que hablan de nosotros. 

En la vida es importante tener modelos claros. Modelos a imitar. No como copias baratas, sino conservando nuestras particularidades poder imitar a alguien que nos resulta atractivo (si preguntamos a muchos niños y jóvenes nos dirán sin titubear que quieren ser como Messi o Cristiano Ronaldo, o sino como su cantante o actor favorito). 
En realidad el mejor modelo lo encontramos todos en Jesucristo: Él es el hombre perfecto, en Él encontramos todas las virtudes. Imitar a Jesucristo es un buen modo de realizarnos personalmente, de sacar lo mejor de nosotros mismos. 
Sin embargo, tú y yo, somos hombres y mujeres en camino, en construcción, no estamos terminados, no somos perfectos y es normal que encontremos en nosotros mismos acciones u obras que nos desvían, que emborronen la imagen de Jesucristo en nosotros. 
No es malo que así ocurra siempre que estemos dispuestos a rectificar nuestra intención, nuestras disposiciones, nuestras obras cuando sea necesario hacerlo, cada vez que perdemos el camino y nos demos cuenta de nuestro extravío. 

Comenzar y recomenzar una y otra vez: esa es la vida del cristiano que quiere identificarse con Cristo y parecerse a Él. Rectificar siempre que sea necesario sin perder la esperanza ni la ilusión por los buenos resultados al final de nuestra vida. 

En ocasiones a todos nos pasa que el encuentro con esa cizaña de la que habla Jesús en el Evangelio es especialmente dolorosa: la cizaña, —nos ha dicho—, son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo
Aquellos que se preocupan más de la división que de la unidad, de la mentira que de la verdad, de la confusión que de la claridad. 
Todos nos encontramos a lo largo de la vida con personas que quizás sin proponérselo dejan de trabajar para Dios para ponerse en manos del Maligno, quizás simplemente por dejarse llevar, o por envidias u otras circunstancias que no tenemos por qué juzgar. A veces también con malicia y queriendo, —no nos podemos engañar. 
Las palabras de San Pablo en la segunda lectura resultan especialmente iluminadoras y esperanzadoras en esos casos: sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien. En ese "todo" está incluida esa cizaña de la que podemos ser víctimas en algunos momentos de nuestra vida. 
En esos momentos lo que a todos nos sale del corazón, —al menos a mí que soy un pobre hombre me ocurre—, es querer arrancar la cizaña, apartarla; sin embargo, la respuesta del Señor es bien distinta: No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancar primero la cizaña  y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo, almacenadlo en mi granero
El Señor nos llama a la paciencia, a sufrir con paciencia porque en las contrariedades encontramos la oportunidad de crecer interiormente, porque para los que aman a Dios todo les sirve para el bien, como recordaba San Pablo. 
Nuestra esperanza se apoya en Dios, cuando somos conscientes de que todo en nuestra vida está en sus manos: la cizaña del campo no podrá acabar con la buena cosecha de Dios sino que ésta irá creciendo como esa semilla de mostaza la más pequeña de todas hasta hacerse un árbol tan grande que de cobijo a muchas aves. Más aún, será como la levadura en la masa que hace que todo crezca. 

Si nos apoyamos en Dios Él hará el resto, Él nos ayudará a crecer sin que la cizaña del mundo y la que encontramos en nosotros mismos ahoguen la buena semilla de la fe sembrada por el Señor en nosotros el día de nuestro Bautismo.