domingo, 11 de junio de 2017

Santísima Trinidad - Un misterio de amor - 2017 Ciclo A


Siempre me han puesto nervioso las predicaciones de este día de la Santísima Trinidad que empiezan desanimando acerca de la posibilidad de no entender nada de este misterio grande, el misterio de los misterios. Una cosa es que no podamos entender todo, —de acuerdo—, y otra muy distinta que todo escape a nuestra comprensión. 
Si Jesús nos ha mostrado la vida interna de Dios es porque podemos adentrarnos en ella; pero para adentrarnos en Dios no es suficiente solo la cabeza sino sobre todo el corazón y la experiencia de nuestra propia vida. Es un error grande pretender alcanzar los misterios de la fe usando sólo la cabeza, cuando Dios nos ha dado también junto a la razón la fe, la esperanza y el amor. Amar para conocer y conocer para amar, que aconsejaba San Agustín. 

Si lo pensamos bien el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio más cercano a nuestra propia vida: en él vivimos, nos movemos y existimos, todo lo que hacemos en la vida puede estar orientado hacia Dios Padre si guardamos los mandatos y enseñanzas de Jesucristo; para lograrlo contamos con la fuerza del amor del Espíritu Santo que desde dentro de nosotros mismos, —cuando vivimos en gracia—, nos impulsa, nos lleva, nos guía, "primereándonos" en expresión del Papa Francisco. 

Pongamos, por ejemplo, el Sacramento que ahora estamos celebrando: la Santa Misa, donde se cumplen de una manera maravillosa las palabras de Jesús en el Evangelio: tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna
¿Qué está ocurriendo ante nuestros ojos?, ¿de qué estamos participando? Porque aquí la voz cantante no la llevamos nosotros, sino Jesucristo al que nos unimos cada uno de nosotros según su estado (laicos, religiosos o sacerdotes). 
Con Jesús ofrecemos, cada uno, cada una,  el culto agradable a Dios Padre en el sacrificio incruento de su muerte, resurrección y ascensión al cielo, que se hace posible por la acción del Espíritu Santo, a través de su Cuerpo que es la Iglesia, donde estamos injertados por el Bautismo. 

Toda la Misa es unirnos al amor de Dios que nos ama hasta el extremo en la entrega redentora del Hijo de Dios encarnado. Culto de adoración, acción de gracias, intercesión y expiación que a través de la Comunión Eucarística, es decir, del mismo Cuerpo de Cristo glorificado nos une en la más profunda intimidad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. 



Impresiona pensar que la misma fuerza que une al Padre y al Hijo en la Trinidad, —el Espíritu Santo—,  es la fuerza con la que estamos nosotros unidos a Dios y entre nosotros, ¡unos lazos de unión más fuertes que la misma sangre! Sin duda Dios nos ama hasta el extremo. No cabe más. 
Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros... la gracia del Señor Jesucristo, el amor De Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros
Visto lo visto, —como ocurre tantas veces con el amor humano—, las palabras de San Pablo se quedan cortas para expresar tanto amor, tanta misericordia, tanta gratuidad, tanta gracia por parte de Dios. 

La gran experiencia de Moisés en la primera lectura se queda pequeña comparada con una sola Misa, con una sola vez que recibamos a Jesús en la Comunión. 
¿Cómo no dar gracias, cómo no vivir alegres, cómo no encontrar ánimos en las dificultades? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?
Descubrimos, —más aún—, que el misterio de la Trinidad es un misterio familiar, en el que Dios se nos muestra como el Padre verdadero, auténtico, Aquel por el cual podemos llamar a todos los demás padres. 
Entramos en el Misterio de la Trinidad como hijos; la experiencia que tenemos de la Santísima Trinidad es una experiencia familiar, y, por tanto, muy cercana: Dios nos acerca a la familia y la familia nos acerca a Dios.

Os animo a buscar a la Santísima Trinidad a lo largo de toda vuestra vida, en lo más cotidiano, en lo más humilde, en lo más sencillo, uniendo vuestra vida cada día a Cristo en un sacrificio espiritual agradable a Dios dejándonos llevar por ese amor que es el Espíritu Santo en nuestra vida, siguiendo las huellas de Cristo, guardando con delicadeza todo lo que nos ha enseñado y mandado, buscando primero el Reino de Dios y su justicia, porque todo lo demás se nos dará por añadidura, buscando agradar a Dios en lo más cotidiano, en la vida familiar, en el trabajo, en los estudios, en la relación con los demás, siempre y en todo lugar dando gloria a Dios en nuestra vida. 

A María la reconocemos como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, Ella nos enseña a tratar a cada una de las divinas personas, a estrechar una relación personal con cada una de ellas. 


Santa María, Virgen y Madre nuestras, ruega por nosotros.