lunes, 15 de mayo de 2017

¿Y tú por qué no? San Isidro, modelo de santidad en la vida ordinaria


No es extraño que al terminar de predicar acerca de la santidad, —como ocurrió ayer—, se me acerque alguien y me diga que eso de la santidad es demasiado para nosotros, que es un camino demasiado difícil para poder alcanzarlo, y cosas por el estilo.
Pero no, no lo es; porque la santidad no es una perfección moral, un no fallar nunca, entonces no solo sería difícil sería imposible para cualquiera de nosotros, y sin embargo es posible. Si lo pensamos bien, puesto que Dios nos la exige ha de ser asequible y celebrar hoy a San Isidro labrador nos lo demuestra. 

Muchos piensan que San Isidro fue santo porque en alguna ocasión los ángeles le labraron con la yunta de bueyes los campos para que él se pudiera dedicar a la oración, pero eso no es lo que hizo de aquel labrador de tierras madrileñas un santo; esos son episodios aislados, y, desde luego, no los más importantes.

Si aquel labrador llegó a ser santo fue porque se dejó labrar por Dios, se dejó trabajar por Dios a través de los Sacramentos, no se conformaba con ir a Misa los domingos, sino que cada día al amanecer iba a la iglesia para hacer una visita al Santísimo y tomar fuerzas para la dura jornada. Destaca por su caridad y amor al prójimo que junto a su esposa Santa María de la Cabeza ejercían dando limosna abundante a todos los que se acercaban por su casa. 
Hombre recio, esposo fiel, trabajador incansable, buen padre de familia, son algunas de las virtudes que nos han llegado de este gran santo del siglo XI que nos muestra que la santidad no es algo de unos pocos privilegiados, sino de todos aquellos que, como él, se dejan labrar por Dios, que a través de la Confesión nos quita las piedras y zarzas que amenazan con arruinar una buena cosecha en nuestra vida, que a través de la Eucaristía alimento nuestro corazón como el labrador se preocupa de la tierra en la que hecha la semilla de modo que esté bien acondicionada.

No, la santidad no es para unos pocos, es para todos aquellos que se quieran y dejen labrar por Dios.

Para todos aquellos que deseen que Dios les una, —como los sarmientos quedan unidos a la vid—, en esa intimidad grande con Él de tal modo que sean verdaderamente hijos de Dios, no solo de nombre, sino en la medida de lo posible por un estilo de vida que responda a tan gran título que Dios nos concede gratuitamente a través del Bautismo. 
La santidad no es inalcanzable, a no ser que nos alejemos de ella por la soberbia que tantas veces nos impide acoger la salvación de que Dios nos ofrece a su modo. ¿Qué es la santidad?, preguntaba San Juan Pablo II, a lo que él mismo respondía: Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios
La santidad está inseparablemente unida a la vida, a la dicha, a la alegría, a la paz, a la serenidad, a la generosidad, a la mansedumbre, a la piedad, a la fidelidad, al gozo: manifestaciones de esa unión grande con Dios que es el único capaz de colmar el corazón del hombre.
No hay situación, por pequeña o corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos, predicaba otro santo español. 


Tú y yo en nuestra vida cotidiana es donde encontramos el camino de nuestra propia santificación, porque no hay nada honesto y bueno que no sea lugar de encuentro con Cristo, y si nos encontramos con Él, nos encontramos a Dios Padre y ya está todo ganado.
Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. 
Es en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres. En la línea del horizonte parecen unirse el cielo y la tierra, pero no, donde de verdad se unen es en vuestro corazones cuando vivimos santamente la vida ordinaria.

A San Isidro, labrador, le pedimos que sepamos descubrir el camino hacia el cielo en medio de nuestra vida cotidiana, en nuestros quehaceres, tanto en el campo como en casa, tanto en el bar como en la partida de cada tarde, que allí donde nos encontremos vivamos unidos a Cristo, único labrador de nuestra santidad. 


Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.