domingo, 14 de mayo de 2017

Con la mirada en el horizonte - Domingo V Pascua ciclo A

DOMINGO V PASCUA

En este domingo Jesús centra nuestra atención en el Cielo, recordándonos que en él encontraremos nuestra vida definitiva y plena. El cielo será para nosotros donde veremos cumplidas e incluso superadas todas nuestras expectativas. 
Pienso, que en un momento u otro de nuestra vida, todos hemos tenido la sensación de un buen día, un día en el que algo o alguien nos ha dado una experiencia de felicidad total; sin embargo, algo ocurrió después cambiaron las circunstancias o cambiamos nosotros con ese deseo de más que todos llevamos dentro y aquello que nos llenó el corazón de una manera insospechada, ya no era suficiente. Es una ley interna del hombre el desear siempre más, el no conformarnos con lo que alcanzamos en este mundo pasajero.
El cielo será ver cumplidas y colmadas por siempre esas expectativas de felicidad que este mundo no puede dar, porque en el cielo, viviremos del amor perfecto e infinito de Dios, mientras que en la tierra vivimos del amor finito e imperfecto entre nosotros, que aunque es muy importante cuidarlo y ser detallistas, no llega nunca a colmar esos deseos de infinitud que todos aguardamos en nuestro interior.
Por eso, la esperanza firme en el cielo a la que nos llama Jesús este domingo, lejos de desentendernos de la vida presente, nos la concreta y nos la llena de sentido. 
La esperanza en la vida eterna, en el cielo, es verdad, no hace que este mundo sea más fácil o llevadero; no lo es. 
La vida del hombre que se involucra en construir el Reino de Dios a través de su vida, de su familia, de su trabajo, de su tiempo de descanso, enseguida se da cuenta de las dificultades de esta vida: injusticias, envidias, celos, desenfrenos, iras, rencores, divisiones… 
Es hermoso pensar cómo lo único que puede dar sentido a esta vida en el mundo es la esperanza firme en el cielo. Sólo si estamos plenamente seguros de la vida eterna, del cielo tras la muerte, veremos que este mundo tiene sentido, tiene un para qué, y, por tanto, nos haremos cargo de todo lo que conlleva con coraje.
Jesús no ha venido para evitar todas las dificultades de esta vida, Jesús ha venido a mostrarnos un camino distinto para nuestra existencia, un camino en la verdad, un camino de una vida nueva, la vida divina en nosotros. Y para darnos la ayuda que necesitamos para recorrerlo con firmeza y confianza en que al final Cristo reinará, a pesar de los pesares.
El camino al cielo no comienza tras la muerte, —como parecen pensar muchos por su forma despreocupada de vivir—; el camino al cielo comienza en esta vida, en cada una de nuestras decisiones, en cada uno de nuestros pasos nos acercamos o alejamos del mismo. 
Señor no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
—Yo soy el camino y la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí.
El camino al Cielo no es para los que son humanamente buenos, es para los que son santos. Para aquellos que se dejan transformar por la Palabra de Dios que es el mismo Jesucristo que viene a nosotros a través de los Sacramentos, especialmente de la Confesión y de la Eucaristía que son los más frecuentes; que procuran vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios que nos concretan el amor a Dios y al prójimo; que rezan cada día, es decir, que tratan a Dios como a un amigo que nos escucha siempre. 
Por eso, participar en los Sacramentos, modelar nuestra conducta según los Diez Mandamientos, tratar amistosamente con Dios, no es algo más que podemos hacer o no sin más ni más, sino que es necesario como el respirar, como el niño necesita el cordón umbilical en la tripa de su madre para crecer, para vivir.
Ser buenos puede quizás depender solo de nosotros, ser santos no. 
Ser santos depende de Dios, y de lo unidos que estemos a Él, de las ocasiones que aprovechemos en nuestra vida para que nos una, —como los sarmientos a la vid—, a su vida divina. 
Pienso que la labor más importante que tenemos es darnos cuenta de esta gran verdad: tenemos que ser santos, ¡somos hijos de Dios por el Bautismo!, pero tenemos que vivir como tales y para eso necesitamos a Jesucristo, camino, verdad y vida para todos nosotros. 

Acudamos a María, la mujer que se dejó modelar por Dios sin poner ninguna reticencia, ningún obstáculo; más que Ella solo Dios, para que a lo largo de nuestra vida nos encaminemos hacia el Cielo siguiendo las huellas de Cristo que nos invita a transformar el mundo construyendo el Reino de Dios a través de nuestra actividad personal en la familia y en el trabajo. 



Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.