Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Para Jesús es muy importante ese permanecer; permanecer unidos a Él, pues sabe algo que nosotros olvidamos con frecuencia: solo quien permanece en Él dejará en cada paso en esta tierra huellas en la eternidad.
Hoy Jesús en el Evangelio nos dice qué hemos de hacer y cómo hemos de vivir para poder permanecer en Él y Él en nosotros y así el fruto sea algo seguro.
Como resumen se podría decir que lo que hay que buscar es hacer el bien y evitar el mal, como esta tarea no siempre es fácil, dio al Pueblo de Israel una ayuda tras la liberación de Egipto: los Diez Mandamientos, que de un modo sencillo concretan el amor a Dios y al prójimo en las diversas circunstancias de la vida, como las señales en las carreteras nos muestran por donde discurre el camino y qué peligro podemos encontrar en nuestro peregrinar.
Jesús, como veíamos el domingo pasado, es Camino, Verdad y Vida; Él es el camino, los Mandamientos nos señalan nos lo señalan de modo seguro para llegar al encuentro con Dios Padre en el amor a Dios y al prójimo.
Los Diez Mandamientos, por tanto, son expresión de la ley natural que todos llevamos inscritos en la conciencia, común a todas las culturas, a todos los tiempos, a todas las personas; explicitan de una manera clara y directa dónde está el bien y el mal en cada acción y donde están los límites que no debemos traspasar si queremos vivir conforme a lo que somos: criaturas de Dios, y por el Bautismo: hijos e hijas de Dios.
Pero los Diez Mandamientos no solo nos muestran qué es lo que hay que evitar, lo que no hay que hacer, los límites.
La fe cristiana, —en contra de lo que todavía piensan muchos—, no se basa en lo que no hay que hacer, como si fuera una continua negación del ser humano, de sus deseos, de sus proyectos. Nada más lejos.
La fe cristiana es ante todo una propuesta positiva para el hombre de hoy, no es solo evitar el mal (eso se da por supuesto para todo hombre y mujer), sino, ante todo, la fe nos ha de llevar a hacer todo el bien que podamos en nuestro entorno.
Por eso, nadie puede decir que ama a Dios ni al prójimo si después vive de espaldas a los Diez Mandamientos de la Ley De Dios y al mandamiento nuevo del amor.
Nadie puede dar lo mejor de sí mismo sin esa entrega amorosa a los demás en la familia, en el trabajo, con los vecinos, con los amigos, esa entrega amorosa llena de contenido.
Los Mandamientos solo nos muestran los límites que nos hacen daño si los traspasamos, sin embargo, no nos ponen límite alguno a la entrega generosa hacia Dios y hacia el prójimo.
Por ejemplo, se nos dice: No matarás, lo cual nos quiere decir: salvo quitar la vida a tu prójimo todo lo que hagas a favor de ella, desde los no nacidos hasta los ancianos, será bienvenido: todas tus iniciativas, toda tu entrega, todo tu afán de servir y ayudar al otro estará genial.
Y así con todos los demás Mandamientos expresados en negativo. Se expresan así porque es mucho más lo que podemos hacer en positivo (que, en realidad, sería imposible de enumerar) que lo que nos quitan.
Vivir según los Mandamientos nos asegura vivir en el amor de Dios amando al prójimo hasta el extremo, como Jesús nos ha amado a nosotros. En algunos momentos la fidelidad a Jesucristo, permanecer en Él, es posible, que conlleve cierto sacrificio, pero como decía el mismo San Pedro, es mejor sufrir haciendo el bien si así lo quiere Dios que sufrir haciendo el mal.
Es mejor sufrir por vivir los Mandamientos o por pedir perdón a Dios y al prójimo cuando nos hemos apartado de ellos, que sufrir por nuestro despiadado egoísmo que no trae más que malos frutos para nuestra vida: pues también Cristo sufrió su pasión de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conducirnos a Dios.
Con razón Jesús es el Camino que nos lleva al cielo porque en Él encontramos siempre la luz que orienta nuestros pasos: el que acepta mis Mandamientos y los guarda ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.
Pidamos a Santa María que nos ayude a vivir según los Mandamientos amando a Dios y amando al prójimo, descubriendo en ellos la luz de la vida que nos llena de sentido y alegría.