Ante el Evangelio que acabo de proclamar, puede surgir una serie de preguntas en nuestro corazón que nos pueden ayudar a mejorar en nuestro discipulado, nuestro seguimiento a Jesús. Al menos a mí me suscitaba las siguientes:
¿Cómo es el caminar de nuestra vida cristiana?
¿Vivimos como aquellos que habían puesto sus esperanzas en Jesús pero se vieron defraudados por su muerte, o vivimos llenos de la fuerza del encuentro con Jesús resucitado?
¿Es Jesús resucitado realmente alguien importante, más aún, esencial en nuestra vida cotidiana, qué influencia tiene sobre nuestras decisiones, es criterio claro en nuestra vida?
Los discípulos de Emaús se iban de Jerusalén como parece que caminan muchos cristianos a lo largo de la vida, con una fe defraudada: parecía... pensábamos... pero hace ya tres días... caras largas, tristeza, desesperanza, con la confianza perdida.
Ni siquiera el mismo Jesús cuando se les hace el encontradizo y comienza a hablarles y a darles una catequesis explicando las Escrituras es suficiente, aunque en realidad comience a removerse algo en su corazón.
Pero al final algo cambia. ¿Qué es lo que hace que esos dos tristes discípulos a punto de abandonarlo todo regresen llenos de alegría? Aquellos que querían parar porque atardecía, poco tiempo después no les importa nada desandar el camino siendo ya de noche.
¿Qué ha ocurrido? —La Eucaristía.
Jesús repite los gestos de la Última Cena: celebra para ellos la Eucaristía y se queda presente en ese pan y ese vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre. Justo en ese momento ven todo con claridad. No les hace falta más. Creen y la fe les lleva a una valentía inusitada: tienen que anunciar inmediatamente a todos los demás discípulos que están en Jerusalén el encuentro con Jesús resucitado.
¿Por qué, entonces, tantos cristianos que participan cada domingo de la Santa Misa donde Jesús se hace presente igual que a los discípulos de Emaús en la Eucaristía no regresan a sus casas y a su vida cotidiana con la fuerza de Jesús resucitado deseando anunciar a todos el encuentro con el Mesías en la Eucaristía?
La responsabilidad no es del Sacramento que sigue siendo el mismo: a través de él, —hoy como ayer—, Jesús se hace presente en medio de su pueblo, tampoco esa responsabilidad puede ser de Dios que sigue actuando en las almas que corresponden a su amor.
Pienso que muchas veces la responsabilidad es de cada uno de nosotros y en cómo nos disponemos para participar en la Eucaristía.
¿Por qué venimos a Misa?, ¿a qué venimos a Misa?, ¿cómo venimos a Misa?
¿Venimos sólo por cumplir un precepto, una obligación o dejamos que Jesús a través de su Palabra siempre viva toque nuestro corazón, le dejamos que nos sorprenda con su presencia viva y actuante en el Sacramento de la Eucaristía, dejamos que su Amor encienda nuestro amor?
¿Somos conscientes que venimos a estar con Él, alimentar nuestra alma, nuestro espíritu para afrontar la semana, que en este día comienza, con la fuerza siempre nueva de Dios?
Venir a Misa supone prepararse interiormente. No podemos venir como caiga, de cualquier manera si de verdad queremos que la presencia de Cristo en nuestra vida de fruto y fruto abundante.
Los acontecimientos verdaderamente grandes de nuestra vida los preparamos: la Eucaristía es el acontecimiento más grande de nuestra vida, y tenemos la suerte de poder participar cada domingo, no como una carga añadida, sino como un verdadero regalo que llena nuestro corazón.
¿Qué haces tú para prepararte? ¿Rezas antes, estás en gracia, examinas tu conciencia para ver si puedes recibir al Señor en la Comunión libre de pecado mortal?, ¿te ilusiona poder estar en la presencia de Dios como si fuera la primera vez, como si fuera la única, como si fuera la última? ¿Cómo te preparas?
Este es un punto esencial para que de fruto en nosotros, para que nos transforme por dentro.
Cada vez que nos disponemos bien a participar de la Santa Misa obedecemos al mandato de Cristo en la Última Cena: tomad y comed... tomad y bebed, ese mandato que nos llena de vida, que nos renueva y fortalece.
La vida del cristiano no se entiende sin la participación activa, y no solo como un mero precepto, en la Santa Misa todos los domingos.
Es Jesús en la Eucaristía el que nos hace cristianos, el que nos hace formar parte de la Iglesia y en tanto estemos unidos a la Iglesia nos trae la Salvación, nos salva de nuestra mediocridad y del mal que nos rodea y que tantas veces sale de nuestro corazón.
María fue la primera mujer eucarística, a Ella le pedimos que nos ayude a tomarnos cada domingo más en serio la Santa Misa de fruto abundante en nosotros.
Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros