domingo, 25 de agosto de 2019

¿Son pocos los que se salvan?

Llegará un día en el que a todos los que estamos aquí nos tocará pasar por la puerta estrecha, por esa puerta por la que no puede pasar nada que no sea puro, bello, santo... todo lo demás se quedará fuera. 
Para pasar por esa puerta es necesario desnudarse, no solo, de todo lo que sea pecado, sino también de todo lo que sea superfluo…
Pienso que la gran pregunta del Evangelio de este domingo es: cuando a mí me toque pasar esa puerta, al otro lado ¿Dios me reconocerá como uno de los suyos?
El evangelio de hoy es realmente fuerte pues Jesús se pone serio en lo que al cielo se refiere: ¿serán muchos los que se salven? 
Hoy muchos piensan que para entrar al cielo basta con morir, pero las palabras del evangelio de hoy van más allá, un diálogo realmente duro para todas las personas que siguen pensando en Jesús como un bonachón que todo lo asume, para todos los relativistas que afirman que no hay verdad, que todo está bien: —no sé quiénes sois, —hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas —no sé de donde sois. Más aún: alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad. Esa iniquidad es cualquier obra mala que se aleje de los Diez Mandamientos y del Mandamiento Nuevo del Amor. 
Tenemos solo una vida para que al final de la misma Dios Padre nos pueda reconocer como a sus hijos: no es suficiente con venir a Misa, es necesario pero no es suficiente. 
Es necesario venir a Misa porque para amar como Cristo ama, hasta el extremo que contemplamos con tanto asombro en el Santísimo Cristo de las Aguas, no es suficiente solo con las fuerzas humanas, necesitamos un plus: la fuerza de Dios que nos llega en los sacramentos. 
Pero si todo se queda solo en venir a Misa y confesarse tampoco ese es el camino, la puerta estrecha pasa por renunciar a nosotros mismos en favor del prójimo hasta el extremo, como Jesucristo; la vida cristiana no es dejar de hacer el mal sino llenar la vida de obras buenas, no es una renuncia, sino una acogida de la bondad de Dios, de todo lo bueno que podamos hacer. 

La fe que recibimos el día de nuestro bautismo y que se fortalece por la participación en los sacramentos, se expresa en la vida a través del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, en el compromiso por una sociedad más justa, más igualitaria, más sincera, más noble, más honesta, donde las virtudes brillen y den esplendor a todo lo humano. 

Nada mejor que mirarnos en Jesucristo a lo largo de toda nuestra vida, descubrir en Él al ser humano en plenitud, identificarnos con Él, asemejarnos a Él en las circunstancias concretas de nuestra vida.
Preguntarnos muchas veces en las encrucijadas en las que nos encontremos: ¿qué haría Jesús en mi lugar, cómo actuaría, cómo reaccionaría, cómo respondería, etc., etc.? 
Así, cuando nos toque cruzar la puerta estrecha, Dios Padre reconocerá en nosotros destellos de su Hijo amado que le llevarán a fundirse en un abrazo de inmenso amor con cada uno de nosotros, nos acogerá en su seno.

Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. No caigamos en esa tentación tan fuerte en nuestro tiempo de creernos los primeros, lo más guapos, los mejores, de pensar que ya estamos salvados, reconozcamos, por el contrario, nuestras miserias, nuestro último lugar.
Con María digamos con frecuencia: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra.  

Una vida es demasiado poco tiempo para perderla en trivialidades, dejemos poso, dejemos huella sin dejar heridas, dejemos el recuerdo de nuestra piedad sincera y de nuestro amor entregado, de nuestra misericordia y de nuestra humildad para reconocer nuestros errores y pedir perdón.
Las palabras de Jesús en el Evangelio con frecuencia nos pueden molestar, nos invitan  a un cambio profundo en nuestra forma de ser y eso no siempre apetece, preferimos el camino fácil de dejarnos llevar antes que luchar contracorriente; pero el mensaje de Jesús es mucho más optimista pues confía en nuestras fuerzas ayudados por su gracia para cambiar nosotros y el mundo que nos rodea.
Si las palabras de Jesús nos resultan molestas, si nos afectan es señal de que estamos en el buen camino, le escuchamos y tratamos de seguir un camino que no es el nuestro, que nos saca de nuestra comodidad… estamos siguiéndole a Él, y Él nos guiará hasta el cielo, la felicidad completa, sin fin, para siempre.

Santa María Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.