domingo, 2 de junio de 2019

Primeras comuniones

Por fin ha llegado el momento tan esperado, tan preparado a través de la catequesis, con vuestras familias, con vuestros amigos… todo llega.
Vamos a pensar un poco en lo que aquí está sucediendo porque es un acontecimiento grande de verdad, que como todo lo verdaderamente grande se da en la sencillez.
No es casualidad que el acto más importante en el que los católicos estamos invitados a entrar en comunión con Dios Padre a través de Jesucristo y con toda la fuerza ddl Espíritu Santo sea a través de una comida, es verdad, que una comida muy especial, pero en definitiva una comida. 
Es hermoso, ¿verdad?
La familia de los hijos de Dios reunidos entorno a una mesa en la que el alimento es el mismo Jesucristo que nos invita a recibirle bien preparados para poder entrar en intimidad con Él de un modo absolutamente sorprendente. 
No estamos ante una comida cualquiera, estamos ante una comida de familia en un día de fiesta: es Domingo, hoy celebramos a Jesús Resucitado. 

Más aún: celebramos la Ascensión: hoy contemplamos a Jesús que asciende al cielo para poder quedarse en todos los Sagrarios a la vez, para poder celebrar este banquete familiar llenos de gozo y agradecimiento por tanta misericordia de Dios que nos entrega a su Hijo por nuestra Salvación. 
Es un momento grande de Fe. Fe en la a Eucaristía. Fe en la Resurrección. Fe en la Iglesia. 
No es un momento individual, sino familiar, no venimos como individuos, sino cómo miembros de una familia más grande capaz de llenar nuestro corazón de un modo único, de una vida nueva que nos fortalece ante la adversidad, en las dificultades. 
Jesús nos promete que va a estar con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos, se hace necesario que también nosotros queramos estar con Él y que lo hagamos a su estilo, según sus enseñanzas, abandonándonos, cediendo en nuestras opiniones... por ese amor más grande que se nos entrega en la Cruz, que se nos da como alimento de vida eterna, de vida feliz aquí en la tierra... 


Y todo esto ocurre entorno a una mesa, en un banquete, con un alimento que supera todas nuestras expectativas, todos nuestros deseos, ni en nuestros mejores sueños hubiéramos podido imaginar tanto amor, tanta generosidad, tanto don... el mismo Jesús, Dios y Hombre verdadero se inclina, se abaja, se pone a nuestra altura, se siente a la mesa con nosotros, nos alimenta, nos da su misma vida divina. 
Es verdad que esta comida es especial, tiene sus formas propias, su ritual, sus gestos... no puede ser de otra manera cuando percibimos que es una comida muy especial pues no solo nos une entre nosotros, sino que a través de su Cuerpo y de su Sangre nos une a Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible... al misterio que nos llena de sentido y de vida. 

Hoy vais a participar por primera vez, ojalá que no sea ni la última ni la única, pero ojalá que todos cuando comulguemos lo hiciéramos como si en realidad fuera la primera, la última, la única, con todo el corazón, con toda la mente, con todo nuestra alma, con todo nuestro espíritu... con todo nuestro ser porque recibir la Comunión es lo más grande que podemos hacer en nuestra vida, cada día, cada Domingo, siempre. 
En una ocasión una persona preguntó a un sacerdote: “Si Dios está en todas partes, ¿por qué tengo que ir a la iglesia, por qué tengo que ir a Misa? Aquel sacerdote le contestó: toda la atmósfera está llena de agua, pero cuando quieres ir a beber te acercas a la fuente. 

Nosotros encontramos la fuente de la vida eterna en la Eucaristía donde Jesús se nos entrega en su Cuerpo y en su Sangre, en su alma y en su divinidad, qué suerte tenemos de poder acudir con tanta facilidad, de un modo tan asequible a las fuentes de nuestra salvación cada Domingo, incluso cada día. 

No quitemos a Jesús de nuestra vida, pongámoslo en el centro, en el origen y en el fin de todo lo que hacemos, que cada Domingo Jesucristo tenga espacio y tiempo en nuestra agenda para que nuestra relación con Él crezca y nos sostenga cuando todo lo demás se tambalea, cuando todo lo demás amenaza con romperse, con desaparecer, para seguir amando como Él nos ama siempre y en todo lugar, a todos sin excepción.


Santa María, Virgen y Madre de la Asunción, ruega por nosotros.